miércoles, 13 de octubre de 2010

Día de Muertos-movimiento artísitco del pueblo mexicano





México se viste de colores para celebrar a nuestros muertos, a esa impactante Catrina que se mueve entre nosotros sin que lo sepamos, a los espíritus que según las tradiciones vagan meditabundos cada uno y dos de noviembre.


            Día de Muertos es un acto artístico de principio a fin, en su literatura (calaveritas), arquitectura e incluso gastronómicamente. Es una temporada sumamente especial, en la que cada familia se vuelve un arquitecto que diseña para clientes muy peculiares, las almas de los que ya no están, lugares de reposo y bienvenida que guardan un profundo significado, recuerdos y emociones encerrados en alguna parte del corazón de nuestro pueblo.

            Desde que somos tan solo niños nos dan de cenar ese pan tradicional, la hojaldra cuyos sabores suaves se mezclan con aquello que es tan nuestro, el chocolate. Mientras nuestro paladar degusta ese sabor nuestros padres nos dan algún objeto para ponerlo en la ofrenda. La ofrenda… ese objeto protagónico en los umbrales de muchas casas en distintos puntos de la república. Los niveles se conjuntan cada uno con cosas específicas es una estructura llena de sentimiento y vida, luces y colores que ilumina la noche y sobrevive tres días completos. Papel picado, miles de veladoras, caballitos de tequila, fotografías, nostálgicos juguetes y fruta de dudosa caducidad se amontonan estratégicamente en el altar que simbolizan una parte de la identidad del mexicano.








IN MEMORIAM
Jorge Luis Borges
El vago azar o las precisas leyes
Que rigen este sueño, el universo,
Me permitieron compartir un terso
Trecho del curso con Alfonso Reyes.
 
Supo bien aquel arte que ninguno
Supo del todo, ni Simbad ni Ulises,
Que es pasar de un país a otros países
Y estar íntegramente en cada uno.
 
Si la memoria le clavó su flecha
Alguna vez, labró con el violento
Metal del arma el numeroso y lento
Alejandrino o la afligida endecha.
 
En los trabajos lo asistió la humana
Esperanza y fue lumbre de su vida
Dar con el verso que ya no se olvida
Y renovar la prosa castellana.
 
Más allá del Myo Cid de paso tardo
Y de la grey que aspira a ser oscura,
Rastreaba la fugaz literatura
Hasta los arrabales del lunfardo.
 
En los cinco jardines del Marino
Se demoró, pero algo en él había
Inmortal y esencial que prefería
El arduo estudio y el deber divino.
 
Prefirió, mejor dicho, los jardines
De la meditación, donde Porfirio
Erigió ante las sombras y el delirio
El Árbol del Principio y de los Fines.
 
Reyes, la indescifrable providencia
Que administra lo pródigo y lo parco
Nos dio a los unos el sector o el arco,
Pero a ti la total circunferencia.
 
Lo dichoso buscabas o lo triste
Que ocultan frontispicios y renombres:
Como el Dios del Erígena, quisiste
Ser nadie para ser todos los hombres.
 
Vastos y delicados esplendores
Logró tu estilo, esa precisa rosa,
Y a las guerras de Dios tornó gozosa
La sangre militar de tus mayores.
 
¿Dónde estará (pregunto) el mexicano?
¿Contemplará con el horror de Edipo
Ante la extraña Esfinge, el Arquetipo
Inmóvil de la Cara o de la Mano?
 
¿O errará, como Swedenborg quería,
Por un orbe más vívido y complejo
Que el terrenal, que apenas es reflejo
De aquella alta y celeste algarabía?
 
Si (como los imperios de la laca
Y del ébano enseñan) la memoria
Labra su íntimo Edén, ya hay en la gloria
Otro México y otra Cuernavaca.
 
Sabe Dios los colores que la suerte
Propone al hombre más allá del día;
Yo ando por estas calles. Todavía
Muy poco se me alcanza de la muerte.
 
Sólo una cosa sé. Que Alfonso Reyes
(Dondequiera que el mar lo haya arrojado)
Se aplicará dichoso y desvelado
Al otro enigma y a las otras leyes.
 
Al impar tributemos, al diverso
Las palmas y el clamor de la victoria:
No profane mi lágrima este verso
Que nuestro amor inscribe a su memoria.

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